Aunque las características que revisten las creencias y experiencias religiosas en cada momento histórico y en cada lugar geográfico son extremadamente variables, pueden establecerse como fundamentos generales de los fenómenos religiosos:
- La creencia en un mundo invisible y superior, con existencia inmanente en lo más profundo del ser humano (como defiende el budismo) o con existencia trascendente fuera del ser humano (como defiende el cristianismo). En cualquier caso, ese ámbito sagrado no está sujeto a las leyes de espacio y tiempo.
- La conciencia de relación con ese mundo invisible y superior, del que el hombre procede y al que regresa al final de su vida.
- La creencia en dioses o númenes protectores o salvadores que pueden ejercer su influencia desde ese mundo sagrado hacia el mundo de los humanos. Esos dioses o Manes pueden ser uno (en las religiones monoteístas) o varios (en las religiones politeístas), y tener diversos tipos de mediadores (ángeles, divinidades menores, semidioses, santos, sabios o héroes culturales). La función esencial de los mediadores es la de proteger, guiar e instruir a los hombres en el conocimiento de las técnicas religiosas.
- La creencia en dioses o númenes negativos y destructores que actúan como réplica y contrapeso de los númenes protectores y salvadores. Aunque esos númenes suelen estar dirigidos por un personaje supremo que actúa como anti-Dios (Satanás en la tradición cristiana, Iblis en la musulmana, Mara en la budista, etc.), se organizan por lo general en grupos de demonios, diablos, genios, brujas, etc, que tienen funciones antitéticas a las de los mediadores sagrados.
- La conciencia de posible comunicación en vida con el mundo de lo sagrado, a través de determinadas acciones que se deben repetir ritualmente, de forma individual o de forma colectiva, y en ocasiones bajo la dirección de un guía espiritual. Estas acciones pueden estar basadas en la actividad mental (meditación, concentración), en la actividad del lenguaje (canto, oración), en la actividad gestual y corporal (inclinaciones, prosternaciones, abluciones, danzas sagradas), y en la actividad ritual compleja, que puede expresarse mediante formas muy diversas de culto (adoración, peregrinación, etc.) o de prácticas socializadoras (de iniciación, de agregación, de sacrificio, de comunión, etc.). La práctica de todas estas acciones rituales exigen, implican o procuran, por lo general, una predisposición o una calidad moral positiva.
- La conciencia de posible comunicación en vida con el mundo de lo sagrado a través de la utilización ritual de objetos o de lugares especialmente propicios o adecuados para que el Dios o los númenes protectores o salvadores se manifiesten o entren en comunicación con los hombres.
- La conciencia de posible salvación, de posible condenación y de nueva vida tras la muerte corporal. La consecución de cada una de estas posibilidades está estrechamente vinculada con el comportamiento y la calidad moral del ser humano, y con la fiel observancia de las prescripciones y normas rituales de cada tradición religiosa.
- La conciencia de reunión de creyentes alrededor de una tradición y de un culto común. Aunque puede haber formas de religiosidad individual, la religión es un fenómeno que tiene una importante dimensión social. En su proceso de evolución histórica va desarrollando estructuras de jerarquía, dirección, especialización de funciones y relación con todos los elementos, estamentos e instituciones de la sociedad.
- La creencia de que los conceptos, conocimientos y técnicas religiosas emanan de los propios seres sagrados y del propio mundo superior, a través de la revelación, de la tradición o de la meditación. La transmisión de estos conocimientos y técnicas puede realizarse por tradición oral y por tradición escrita (a través de escrituras sagradas).