El método, entendido como conjunto de reglas a seguir para llegar a la verdad, supone un orden, no en el sentido del orden de exposición de lo ya sabido, sino un orden inventivo que pretende hacer avanzar el saber. Este orden no es orden de las cosas, sino el orden de mi pensamiento de las cosas: “todo el método consiste en el orden y disposición de aquellas cosas a las que se ha de dirigir la mirada de la mente a fin de que descubramos alguna verdad”. Por ello, “el método enseña a seguir y observar el verdadero orden: el método no suele ser otro que la observación constante del hombre, bien existente en el objeto mismo, o bien producido sutilmente por el pensamiento”.
A partir de aquí, Descartes concluye que el método hace que el espíritu intuya y conozca distintamente mejor.
Para Descartes, practicar el método es sinónimo de cultivar la razón, por eso, “no basta ciertamente tener buen entendimiento: lo principal es aplicarlo bien”, no porque el “bon sens” o “raison” no se baste para descubrir la verdad, sino porque no siempre está en condiciones de hacerlo por estar confundida con estudios desordenados. Así, el sentido común o el bon sens puede “descubrir las verdades con tal que sea bien dirigido”.
Las reglas del método se remiten a la razón, una razón matemática: las reglas son reglas de un saber matemático. Estas reglas se reducen a cuatro:
- El primero era no aceptar jamás cosa alguna por verdadera que no supiese con evidencia que lo es: es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención; y no comprender nada más en mis juicios que lo que se presentase tan clara y distintamente a mi espíritu, que no tuviese ocasión de ponerlo en duda.
- El segundo, dividir cada una de las dificultades que examinare, en tantas partes como pudiera y que fueran necesarias para resolverlas mejor.
- La tercera, conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento más complejo; suponiendo incluso el orden entre aquellos que no se preceden naturalmente unos a otros.
- Y el último, hacer en todo enumeraciones tan enteras, y revisiones tan generales, que llegase a estar seguro de no omitir nada.
El acto de conocimiento es la intuición, “la concepción de una mente pura y atenta tan fácil y distinta, que en absoluto quede duda alguna sobre aquello que entendemos... la concepción no dudosa de una mente pura y atenta, que nace de la sola luz de la razón”. En cuanto intelectual, la intuición cartesiana se disocia de la percepción sensorial, que es a lo que tradicionalmente aludía el término.
El objeto del conocimiento son unos datos elementales captados mediante la intuición: las naturalezas simples: “conviene dirigir toda la agudeza del espíritu a las cosas más insignificantes y fáciles, y detenerse en ellas largo tiempo hasta acostumbrarnos a intuir distinta y claramente la verdad”. El pensamiento ha de abarcar pocas cosas y simples a la vez de tal forma que no se piense jamás saber algo que no sea intuido distintamente.
El único criterio de verdad es la evidencia. No debemos tomar nada como verdadero a no ser que sea evidente por sí mismo, de tal forma que es mejor no estudiar nunca que ocuparse de objetos difíciles y dudosos. Así, se rechazan todos los conocimientos solo probables: “parece que de todo aquello en que sólo hay opiniones probables no podemos adquirir una ciencia perfecta”.