Contexto histórico de Descartes


El marco histórico-ideológico transcurre en la Europa continental a lo largo de la primera mitad del siglo XVII, y es ya un tópico generalizado afirmar que con su obra se inicia la filosofía moderna. Precisamente lo primero que llama la atención de los textos que de Descartes es que está escrito en primera persona, y éste es uno de los rasgos que caracterizan la filosofía cartesiana como "moderna": Descartes es el primer pensador que muestra en el lenguaje la toma de conciencia de la individualidad que se había producido en el Renacimiento. Como es sabido, la Edad Moderna se abre con el Renacimiento, amplio movimiento cultural que se origina durante el siglo XV y que culmina a principios del siglo XVII. Es una época marcada por una profunda crisis de la conciencia europea que se está reconstruyendo desde la conciencia de una profunda ruptura con la época anterior (Edad Media). Toda la obra de Descarte es expresiva de esta nueva conciencia de ruptura. Descartes lo subraya con fuerza con las nuevas funciones que otorga al método racional y con su trascendente afirmación de la conciencia (cogito) como nuevo punto departida de la reflexión. Sin embargo, igual que la época que el vive hunde sus raíces en la Baja Edad Media, Descartes mostrará en muchos momentos de su obra su deuda con el pensamiento clásico y medieval, especialmente con la filosofía agustiniana y la escolástica. Precisamente, la obras Discurso del método y Meditaciones metafísicas serán una muestra privilegiada de la ambigüedad cartesiana entre los nuevos principios idealistas y los residuos realistas de la ontología anterior. Lo cual no es obstáculo para afirmar la singular importancia y novedad que significará la obra de Descartes. Con él la filosofía dejó de ser fundamentalmente ontología para pasar a ser gnoseología. Sin duda, con el tema central de su filosofía, marcará un nuevo rumbo a la reflexión filosófica posterior: ya no serán el ser ni la realidad los objetos primordiales de la filosofía, sino el conocimiento que del ser y de la realidad podemos llegar a tener los hombres. Es decir, el problema del conocimiento se antepone al problema de la realidad. Este giro es un hecho definitorio del pensamiento moderno, y con él se inaugura una nueva etapa de la filosofía, con la que se plantearán nuevos problemas, nuevas respuestas y una nueva actitud para encarar nuestra orientación en el mundo. Este es un territorio común a los dos movimientos filosóficos fundamentales de este momento histórico: el racionalismo y el empirismo. El racionalismo, que inaugura la filosofía de Descartes y que desarrollarán Spinoza, Leibniz y Malebranche, viene a ser la primera reflexión global de la nueva época que se está abriendo y el primer paso en el proceso de afirmación de la autonomía de la razón. El racionalismo establece que nuestros conocimientos válidos y verdaderos acerca de la realidad proceden no de nuestros sentidos sino de la razón, del entendimiento mismo. Por otra parte, el racionalismo, en consonancia con el proceder de la ciencia físico-matemática moderna, va a privilegiar como modelo de conocimiento aquel saber en el que encuentra una manifestación ideal del proceder de la razón: el saber matemático. Entendido así, el racionalismo tiene su marco de comprensión en el período histórico propio del surgimiento de la ciencia y la filosofía modernas. Es un terreno común que comparte con su oponente teórico clásico: el empirismo británico de los siglos XVII y XVIII, que estima como origen y fundamento del valor de nuestros conocimientos su dependencia de la experiencia sensible y en el que destacó el pensamiento de Locke, Berkeley y Hume.

Del conjunto de rasgos que caracterizan el siglo en el que se desarrolló la vida y la obra de Descartes (triunfo de las monarquías nacionales, aparición del capitalismo comercial y surgimiento de la clase burguesa, reforma protestante y contrarreforma católica, exploración geográfica del planeta, etc.) nos interesa destacar dos acontecimientos de singular trascendencia cultural y que tienen gran relieve en la obra cartesiana.

Por una parte, el antropocentrismo humanista. En un marco de profunda crisis y renovación se demanda un modelo de hombre y sociedad diferente del anterior, del medieval.

Por otra, la revolución científica. Copérnico, Kepler y Galileo acaban con la imagen aristotélica de un universo cerrado tanto en el campo de la astronomía como en el de la física. La sustitución del geocentrismo por la hipótesis heliocéntrica (Copérnico), al mismo tiempo que se descubre el sistema solar con las leyes de Kepler, por un lado, y la interpretación matemática de los fenómenos físicos (Galileo) por otro, impulsa definitivamente una nueva concepción de la ciencia, cuya expresión más acabada será la físico-matemática que culminará el siglo próximo con la obra de Newton.