El conflicto entre el deber moral y los sentimientos (sobre todo, los relacionados con el amor familiar o pasional) aparece frecuentemente en nuestras vidas. En muchas ocasiones, tendemos a perdonar ciertos actos inmorales de nuestros seres queridos, justificándolos con razones poco convincentes. Y también puede suceder que, algunas veces, no cumplimos con nuestro deber moral con el fin de no herir o perjudicar a las personas de nuestro alrededor (por ejemplo: cuando decimos mentiras piadosas, o cuando ayudamos a un ser querido perjudicando con nuestra acción a un tercero y vulnerando con esa acción los principios de igualdad o justicia).
Sin embargo, existen personas de una moralidad intachable que no se dejan influir por los sentimientos cuando éstos chocan contra el cumplimiento de un imperativo o deber moral. Sin embargo, en ocasiones entran en conflicto dos deberes, con lo cual incluso las personas de moral rígida pueden tener dudas sobre lo que hacer.
Uno de estos casos es recogido por la tradición histórica española (para algunos historiadores, sin embargo, se trata tan sólo de una leyenda) y es bien conocido. Le sucedió a un personaje llamado Guzmán el Bueno, gobernador de la plaza de Tarifa. Cuenta la tradición que, estando sitiada la ciudad por los musulmanes y viendo éstos que no conseguían rendirla, capturaron como prisionero al hijo del gobernador. Posteriormente le propusieron un trato: si dejaba entrar a las tropas sitiadoras dentro de la ciudad, liberarían al hijo y dejarían marchar a los sitiados; en el caso de no acceder, el hijo sería ejecutado. Cuando Guzmán el Bueno escuchó esta proposición, cuentan que arrojó un cuchillo desde la muralla para que con él degollasen a su propio hijo.
Como ves, nuestro personaje antepuso su deber de militar al de padre. ¿Te parece correcta esta acción? ¿Qué hubieras hecho tú en su lugar, si como cabía suponer la plaza no podría resistir durante mucho tiempo el asedio y finalmente sería tomada?