Los expertos hablan de un tiempo comprendido entre los cuatro y los siete años y la explicación a esa revolución, que no siempre tiene que acabar en ruptura, es antropológica y biológica, aunque muchos científicos y la mayoría de los psicólogos se niegan a aceptar que el amor sea únicamente una cuestión de «física y química».
Las teorías antropológicas afirman, como recoge Eduardo Punset en su libro El viaje al amor (Planeta), que nuestros antepasados formaban una pareja porque la cría humana tarda mucho tiempo en ser independiente y necesitaba dos adultos en sus primeros años de vida. Uno que la cuidara y otro que buscara alimento. Cuando el niño rozaba los 7 años, ya no era necesario que hubiera dos personas criándole, así que, a no ser que se tuviera otro hijo, no hacía falta que la pareja siguiera junta. Eso es algo que se ha quedado incrustado en nuestro mapa genético y que puede explicar la famosa «crisis del séptimo año».
La profesora de Antropología de la Universidad de Rutgers (New Jersey) Helen Fisher presentó en 1999 un estudio elaborado a lo largo de 15 años en 62 países en el que demostraba que en todos los lugares, con culturas muy distintas, las relaciones amorosas eran similares. El estudio constató que las mujeres tendían a tener hijos cada cuatro años, por esa razón tan lógica de que es a esa edad, los 4 años, cuando ya no hace falta que sean los dos miembros de la pareja los que cuiden del pequeño.
Y dentro de ese periodo de tiempo estableció una serie de fases: la lujuria, la atracción y la unión, que definirían las etapas de amor. La primera (el deseo sexual) sería producto de la testosterona; la atracción (el enamoramiento, lo siguiente a una «noche loca») tendría que ver con los niveles bajos de serotonina y con la dopamina (el neurotransmisor que se relaciona con la sensación de bienestar; de hecho si a una rata le inyectas dopamina, se «enamora» inmediatamente del ratón que tenga delante, sea el que sea). Y en la tercera fase, la de unión estable, entrarían en juego la oxitocina (esencial también a la hora de establecer el vínculo entre la madre y el recién nacido) y la vasopresina.
Claro, que ante tanto amor científico a mí me rondan por la cabeza algunas preguntas. ¿Qué hubiera pasado si Romeo y Julieta se hubieran podido casar? ¿Habrían resistido con esa pasión incontrolable los envites de la convivencia, los dolores de cabeza, los problemas económicos, las discusiones por la educación de los niños… O su amor se habría ido diluyendo hasta llegar a la crisis de los siete años? ¿Y Penélope y Ulises? Si Ulises hubiera estado en casa todo el día, en vez de la Troya a la Ceca, ¿Penélope habría pasado a la Historia como la gran enamorada o habría cedido a la tentación de alguno de sus pretendientes? ¿Y Ulises? ¿Habría echado una cana al aire con una de las sirenas en alguno de sus viajes de trabajo?